Una población en declive

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(Aceprensa) La población de la Unión Europea es de 504 millones, poco más del 7 % de la población mundial. Su crecimiento es cada vez menor: en 2011 aumentó en 1,3 millones, de los cuales en torno a un tercio se debió al crecimiento vegetativo (nacimientos menos muertes) y dos tercios a la inmigración. Tras un máximo de 520,7 millones hacia 2035, la población del continente empezará a bajar.

Ya hay países donde hay más ataúdes que cunas. Es el caso de Alemania, Bélgica, Estonia, Grecia, Italia, Letonia, Lituania, Hungría, Portugal, Rumania y Croacia.

La potencia económica de Alemania está amenazada por un serio problema demográfico: ya en 2011 habría perdido 190.000 habitantes por exceso de fallecidos sobre nacidos, de no ser por la creciente inmigración que atrae.

La fecundidad no asegura la renovación de las generaciones
En 1960 nacían cada año 7,5 millones de niños en los 27 países que hoy forman la UE. En 2011 fueron 5,2 millones. Hubo un ligero aumento de la natalidad entre 2002 y 2008, pero con la crisis ha vuelto a caer.

La tasa de fecundidad –número de hijos por mujer en edad de concebir– está muy por debajo de la necesaria (2,1) para asegurar la sustitución de las generaciones. Ha bajado de 2,42 en 1970 a 1,59 en 2010. Esto supone que queda un poco por debajo de la de China (1,6), como si Europa se hubiera impuesto a sí misma una política del “hijo único”.
La población de la Unión Europea empezará a bajar después de 2035, tras alcanzar un máximo de 520,7 millones.

Cada vez más envejecidos

El número de personas mayores de 65 años va a crecer en todo el mundo. Es verdad que a esa edad se llega ahora en muchos casos todavía con buena vitalidad. Pero en cualquier caso las consecuencias económicas y sociales de este envejecimiento natural dependerán de la estructura de edades de la población.

En 2010, como media, había 3,5 activos por cada jubilado en la UE. Para 2040, solo habrá dos activos por cada jubilado.

En Europa, la tasa de natalidad sistemáticamente baja y el aumento de la esperanza de vida van a cambiar la pirámide de edades, con un notable envejecimiento.

Actualmente, la edad media de la población en la mayoría de los países europeos se sitúa en torno a 40 años. Según proyecciones de la División de Población de la ONU, en 2050 habrá subido a 45,7. Pero en la Europa del Sur la media será 50. Si se prolongan las tendencias actuales, la palma se la llevará Alemania con 51,2 años.

En comparación con otros continentes, Europa tendrá una población más envejecida. Según las proyecciones de la ONU para 2050, EEUU, Latinoamérica, Oceanía y Asia tendrán una media de edad de 40 años. Pero Asia oriental va a convertirse en el nuevo “viejo continente”: Japón será el campeón del envejecimiento (53,4), y China (46,3) y Corea del Sur (53) experimentarán la misma drástica experiencia.

En cambio, África tendrá un gran recurso en su juventud, con una población de edad media en torno a los 25 años.

Amenaza al Estado de bienestar

A largo plazo, la sostenibilidad del sistema de pensiones y del gasto social dedicado a los mayores depende de la relación entre la población económicamente activa (de 20 a 64 años) y la que es más probable que esté económicamente inactiva (mayores de 65).

Los que tienen peores perspectivas para 2050 son Alemania (1,5 activos por jubilado) e Italia (1,5), y fuera de Europa, Japón (con solo 1,3 activos por jubilado).

Hay que tener en cuenta que no solo habrá más personas mayores, sino que también vivirán más tiempo. La esperanza de vida a los 65 años en la UE es de otros 21 años y en España, casi 23.

Es evidente que esta evolución no augura un feliz porvenir para el sistema de pensiones. Para paliar sus consecuencias, los gobiernos europeos han empezado a retrasar la edad de jubilación y a recalcular su importe y su revalorización.

El gasto sanitario se disparará también con el envejecimiento de la población, ya que las personas mayores (y no habrá pocas de más de 80 años) requieren más atención médica.
Todo indica que los trabajadores del futuro tendrán que trabajar más años, tener menos vacaciones, pagar más impuestos y cobrar pensiones más reducidas, a no ser que tengan planes privados de pensiones.

En suma, se comprobará que la mayor amenaza al Estado de bienestar es la escasa natalidad. De poco sirven los “derechos adquiridos” si no hay suficientes trabajadores que puedan financiarlos y sustentar a las generaciones mayores. Así que esta evolución va a poner a prueba la solidaridad intergeneracional.

La inmigración como panacea

Cada vez se reconoce más que va a ser difícil remontar los efectos que la baja de natalidad anterior ha ocasionado en la estructura de edades de la población. Como consecuencia, ha descendido el porcentaje de mujeres en edad fértil; y cuanto más descienda, más tendría que subir el índice de fecundidad para obtener el mismo número de nacimientos.

Así que se confía en que lo que no da la natalidad lo dará la inmigración. En los próximos 40 años, la población en edad laboral en Europa se reducirá en 37 millones, según las proyecciones de la ONU. Y el probable aumento de la productividad no bastará para compensar tantos puestos vacíos.

Desde el punto de vista económico, la necesidad de la inmigración en Europa es incuestionable. Pero desde el punto de vista social, hay no poca resistencia por la difícil asimilación cultural de la inmigración, sobre todo musulmana.

Por otra parte, hoy día los países europeos no buscan cualquier tipo de inmigrantes, sino trabajadores cualificados. En algunas áreas (médicos, ingenieros, analistas informáticos…) hay ya competencia entre Europa, EEUU, Canadá y Australia, para atraer a este tipo de trabajadores.

En cualquier caso, ni tan siquiera está claro que vaya a haber suficientes inmigrantes para compensar el decrecimiento natural de la población europea. Y una Europa envejecida, de escaso dinamismo económico, será menos atractiva para los inmigrantes. Basta ver lo ocurrido en España, que en los años de crisis ha pasado a tener un saldo migratorio negativo.